La industria de la felicidad

Ser feliz se ha convertido en nuevo imperativo, tanto personal como social. Por una parte, se nos dice que la felicidad se puede aprender y que depende de la actitud personal. Por otra, el Estado del bienestar ya no solo debe preocuparse de garantizar las necesidades básicas, sino que debe promover la felicidad ciudadana. Incluso se publica un World Happiness Report, que pretende medir cada año lo felices que se sienten los ciudadanos de 156 países, y establecer un ranking mundial. Pero ya debería ponernos en guardia el hecho de que en la Venezuela de Maduro se haya creado un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo, aunque no tenga nada que ver con el suministro eléctrico ni alimentario.

Si se puede aprender a ser feliz como a cocinar, no es extraño que proliferen los libros de autoayuda con recetas infalibles. He sido más consciente del auge de este género al hojear un folleto de una gran librería sobre “Libros que inspiran”. Bajo epígrafes de desarrollo personal, psicología positiva o vida saludable, la felicidad está por todas partes. Para iniciarse, uno puede empezar por un título como Deconstruyendo la felicidad, donde la autora nos desvela “la esencia de lo que es y lo que no es la felicidad”, recogiendo lo que “expertos de todo el mundo han compartido con ella”.

Más vale empezar cuanto antes este camino, pues otro título nos detalla Los 88 peldaños de la gente feliz, ni uno más ni uno menos. El autor se centra en “el éxito interior”, pues “de nada sirve alcanzar todo el éxito del mundo por fuera si no tienes éxito por dentro”. Aun así, viene avalado por el dato de que sus dos libros anteriores sobre el éxito fueron best sellers.

Pero si uno se plantea cómo llevar una vida buena, puede optar por leer a Aristóteles o bien conformarse con El arte de la buena vida, que, modestamente y sin buscar un principio único, se presenta como “un kit de herramientas diseñado para una vida práctica”.

Sin pretender ofrecer la felicidad para siempre, otro libro nos plantea Sé feliz durante 100 días seguidos. Por lo visto, es el fruto de un movimiento viral de 8 millones de participantes, que ha alumbrado “las 100 mejores propuestas, ideas y frases infalibles que te ayudarán a descubrir la felicidad en cualquier momento y lugar”, aunque se caigan Facebook e Instagram.

En cualquier caso, lo importante es mantener una actitud positiva. Así se puede descubrir El optimista que hay en ti, ya que “el optimismo está escrito en nuestros genes” y basta desarrollarlo. Para eso no hace falta mucho, nos asegura la autora de Be happy, que pretende levantar nuestro humor con cosas sencillas que podemos hacer para ser más felices. Más simple aún, según otro título: Tan solo… respira, pues a través de la respiración “podemos gestionar las emociones, cambiar estados de ánimo, mejorar nuestras relaciones personales, conseguir lo que nos proponemos…”.

La industria editorial de la felicidad no descuida a los pequeños. En el mismo folleto encontramos El libro rojo de las niñas, que nació “para acompañar y empoderar a las niñas en su camino hacia la madurez”. Quizá la autora tuvo una inspiración feliz al escribir que “aunque no es un libro sobre la menstruación, sí está presente desde una visión reconciliadora” (!).

Antes los niños querían ser astronautas o futbolistas. Ahora De mayor quiero ser… feliz, nos dice el título de un libro de cuentos “para conseguir que los niños aprendan a ser felices desde pequeños”. Y es que ya no se trata de que los niños sean felices leyendo cuentos, sino de que lean cuentos para ser felices. La lectura fantástica ha perdido su gratuidad, y ahora debe estar al servicio de intereses más altos. De ahí un título como Mucho más que un cuento. Historias para aprender a ser felices, que reúne historias clásicas de Disney con temas fundamentales para “el desarrollo de la inteligencia emocional y social de los niños”. Y si se trata de reducir el estrés de los niños, ahí está Felices y tranquilos como Yupsi el dragón, “una guía para practicar meditación con los niños”. Antes se les ponían dibujos animados para tenerlos tranquilos, pero ahora hay que iniciarles en el mindfulness y la meditación trascendental.

En fin, si uno está hasta el gorro de los libros de autoayuda, siempre puede buscar la felicidad con el rompedor enfoque de El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda, que nos recuerda que “los seres humanos somos falibles y limitados, no todos podemos ser extraordinarios… y esto no siempre es justo ni es tu culpa”.

Con un estilo más propio de científicos sociales, Edgar Cabanas y Eva Illouz critican también esta industria de la felicidad en Happycracia (ed. Paidós). “La felicidad se ha convertido en una especie de religión, donde se sustituye la fe en la salvación por la fe en la autorrealización personal –explica Cabanas en El Semanal–. Pero esto puede crear hipocondríacos emocionales, gente que está en constante autoexamen. La industria de la felicidad se nutre de ese estado obsesivo, porque la felicidad es insaciable, no tiene fin”.

Esta adicción a los libros de autoayuda puede hacer olvidar que la felicidad no se alcanza como un objetivo en sí mismo, sino como consecuencia de hacer otras cosas que dan sentido a la vida. Acciones que, en buena parte, tienen más que ver con ayudar a otros que con tomarse el pulso emocional.

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