La discriminación por razones políticas

Habíamos llegado a pensar que la objeción de conciencia era un tic de gente religiosa, por no decir fundamentalista. Pasteleros y floristas que no quieren participar en bodas gais; médicos y enfermeras que rechazan hacer abortos; doctores para quienes una muerte digna no tiene nada que ver con la inyección letal… Pero no; estamos descubriendo que también entre el público que se considera progresista hay conciencias muy sensibles, por no decir escrupulosas. Hasta el punto que no quieren ver en sus negocios a gente que defiende políticas que a ellos no les gustan.

Lo de no servir a alguien en un restaurante por ser negro está, con razón, muy mal visto y penado. Pero no servir a Sarah H. Sanders, por ser la secretaria de prensa de Trump, como ocurrió en el restaurante Red Hen la semana pasada, es una discriminación nueva y polémica, dentro del clima de crispación en que ha entrado la política en EE.UU. Según el Washington Post, varios miembros del personal de Red Hen son gais y objetan las medidas de Trump sobre los transexuales en el ejército y la política contra inmigrantes ilegales que ha llevado a separar a los padres detenidos de sus hijos. Tras consultar con sus empleados, la propietaria, Stephanie Wilkinson, pidió a Sanders que se marchara, cosa que esta hizo educadamente, igual que los que estaban a la mesa con ella. Luego denunció el caso en Twitter, y el asunto se transformó en una controversia pública.

En una sociedad cuyas leyes sancionan cualquier discriminación por motivo de raza, religión, género, sexo, orientación sexual… ¿es de recibo la discriminación por razones políticas? Según la propietaria, se trata de una cuestión de convicciones: “Le expliqué que el restaurante tiene ciertos estándares que entiendo hay que mantener, como la honradez, la compasión y la cooperación”. Pero como no hay constancia de que Red Hen haga un test de honradez a otros clientes, le estaba diciendo que por el hecho de trabajar para Trump no era honrada, ni compasiva, ni cooperativa.

Negocio y convicciones

La discriminación en el Red Hen ha estallado pocas semanas después de que el Tribunal Supremo reconociera que los tribunales inferiores no habían respetado la libertad religiosa de un pastelero que se había negado a hacer una tarta para una boda gay. Para fustigar a los pasteleros, floristas o fotógrafos que no quieren prestar sus servicios en bodas gais, se ha dicho que hay que separar los negocios y las convicciones religiosas, que quien tiene un servicio abierto al público tiene que servir a todo el que se presente. Pero los que ahora aplauden la decisión del Red Hen creen que la restauración y las convicciones políticas sí pueden mezclarse.

Incluso son más radicales que el pastelero de Colorado. Este no se negaba a vender un dulce a unos clientes por ser homosexuales; solo se negaba a poner su trabajo al servicio de una boda gay, que chocaba con sus convicciones. En cambio, al restaurante Red Hen no se le pedía que sirviera una cena en un mitin de la campaña de Trump; Sanders estaba allí en una situación puramente privada, cenando con unos amigos. Así que fue una discriminación personal por razón de su orientación política. Es como si el pastelero se negara a vender un pastel a un homosexual por ser el portavoz de la asociación LGTB.

Dentro del clima de crispación, algunos adversarios de la Administración Trump quieren llevar su discrepancia hasta el acoso a los funcionarios que respaldan su política. Ya ha habido varios incidentes de este tipo. Incluso hay llamadas que invitan a provocarlos, como la de la congresista demócrata por California Maxine Waters: “Si veis a alguien del gobierno en un restaurante, en un centro comercial, en una gasolina, salid y cread un grupo de gente. Y haced que se vayan. Decidles que no son bienvenidos allí ni en ninguna parte”. No está mal para gente que acostumbra a denunciar el “discurso del odio” y las provocaciones de los supremacistas.

Pero la gente como Waters piensa que están en una situación especial, en la que las viejas normas de la tolerancia y el respeto al contrincante ya no sirven. Como asimilan a Trump con el fascismo, todo gesto de resistencia es admisible. Pero su misma resistencia indica que no están en esa situación. Seguro que si Red Hen hubiera estado en Berlín en la época nazi no se hubiera atrevido a echar a Goebbels del restaurante.

Distinguir personas y causas

Es muy respetable que uno quiera resistir a las políticas de Trump o a prácticas que considera dañinas para la sociedad. Pero en todos estos casos hay que distinguir el respeto a las personas y la negativa a verse involucrado en prácticas incompatibles con las convicciones éticas personales.

Hasta ahora el progresismo liberal ha mirado con malos ojos la objeción de conciencia, porque suponía al menos un reproche ético a prácticas que ellos avalaban. En muchos casos han intentado limitarla, ignorarla u obligar a los adversarios a que dieran otras posibilidades. Por ejemplo, el Tribunal Supremo acaba de echar abajo una ley de California según la cual los centros provida que aconsejan a mujeres con embarazos conflictivos deberían informar también a sus clientes de la disponibilidad de servicios de aborto a bajo coste. Los jueces han estimado por 5 a 4 que esta imposición iba contra la libertad de expresión sancionada por la Primera Enmienda, que protege el derecho de toda organización a escoger no solo lo que quiere decir, sino también lo que no quiere decir.

En una sociedad que invoca la tolerancia, es obligado que nadie sea discriminado en un servicio abierto al público por ser asiático, homosexual, musulmán o votante republicano o demócrata. Y a la vez es necesario que nadie sea obligado o penalizado por no querer colaborar con actos que van contra sus convicciones éticas personales, ya sea un aborto, una boda gay, una ejecución o la denuncia de inmigrantes ilegales. Una cosa es la tolerancia con las personas y otra la colaboración con lo que uno considera un mal. Si en el panorama político de EE.UU. se distinguieran ambas cosas, quizá el Tribunal Supremo tendría menos trabajo y habría menos crispación política.

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