La atmósfera viciada de las pequeñas corrupciones

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Las tramas de corrupción destapadas en la política española han extendido la convicción de que “los políticos roban mucho”. El 47,5% de los españoles considera que el segundo mayor problema del país es la corrupción, solo superado por el paro, según el barómetro de febrero del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).

En respuesta a la indignación ciudadana, los partidos rivalizan en proponer medidas anticorrupción y en establecer controles para eliminar de sus filas a los indeseables. El problema parece circunscrito a una casta política desvergonzada, que no está a la altura del nivel ético que pide la sociedad. Y, sin embargo, la actualidad está llena de noticias que ponen en duda la exigencia ética no ya de los políticos sino de tantos sectores sociales.

Si la sociedad española tuviera una ética sólida, el fraude fiscal no sería tan elevado. Pero la Agencia Tributaria obtuvo el año pasado 15.600 millones en su acción inspectora, de los cuales 8.300 se deben al núcleo fundamental de la lucha contra el fraude. La Agencia lo califica como una “cifra récord en su historia”. Es verdad que el 44% de la deuda liquidada corresponde al área de Grandes Contribuyentes, pero no solo los ricos lloran ante el Fisco.

En estos días se ha destapado también el fraude en la cadena de clínicas dentales Vitaldent, y el blanqueo de cientos de millones procedentes de una red de prostíbulos por toda España detectado en la operación “Pompeya”, un volumen de negocio que indica una nutrida clientela no muy preocupada por la ética.

La capilaridad de las pequeñas corrupciones contribuye también a crear una atmósfera viciada. Por ejemplo, 6 de cada 100 siniestros registrados por las compañías de seguros fueron un intento de fraude, según un informe de Línea Directa, con un coste que alcanza los 1.190 millones de euros. Entre los engaños, siete de cada diez están relacionados con el seguro del automóvil. Según una encuesta realizada el pasado diciembre, nueve millones de conductores justifican este tipo de actuaciones con excusas como “hay delitos mucho peores y no se persiguen”, “las aseguradoras  ganan mucho dinero y cobran muy caro”… sin pensar que el fraude acaba generando un incremento del precio de las primas para los demás asegurados.

Enchufarse al erario público sin tener derecho también se da en el mundo de la cultura, tan crítico siempre con el poder corrupto. A finales del año pasado los inspectores del Ministerio de Cultura descubrieron la trampa de algunos productores, distribuidores y exhibidores que inflaban a voluntad las cifras de espectadores de las películas españolas, para alcanzar la audiencia que da derecho a la subvención pública. Bien es verdad que el mundo del cine podría alegar que está minado por la piratería de las descargas ilegales en Internet, en las que España ocupa los puestos de liderazgo.

Para qué hablar del fútbol, con directivos encausados por ocultación de dinero en fichajes, jugadores denunciados por fraude en los derechos de imagen, deudas millonarias de los clubes con la Seguridad Social y Hacienda, recalificaciones de terrenos con las que los clubes encontraron una vía para solucionar sus problemas de liquidez en compadreo con los ayuntamientos…

No se trata de hacer aquí un inventario de prácticas corruptas. Pero sí es necesario reconocer que la actitud de poner los propios intereses por encima de todo no es exclusiva de los políticos, que a fin de cuentas han salido de la sociedad que hoy les denuncia. Es el propio tejido social el que necesita una regeneración ética. Pues si algo ha revelado esta crisis es que el progresismo supuestamente ilustrado ha fracasado en la vertebración ética de la sociedad española.

En España el avance de la secularización y el repliegue ético del cristianismo fue saludado como un progreso social. Por fin el ciudadano iba a comportarse como una persona autónoma, sin la presión sofocante de la religión ni el sentimiento de culpa. Su conciencia sería el mejor sostén de su comportamiento cívico. Pero la autonomía no ha sido más que individualismo en la mayoría de los casos. Es cierto que la inspiración cristiana de antes era compatible con no pocas deficiencias éticas individuales y sociales. También hay que reconocer comportamientos ejemplares entre personas no creyentes. Pero es cada vez más claro que, debilitada la influencia cristiana, el armazón ético de la sociedad no ha encontrado un sustituto. Muchos echaron por la borda esa ética cristiana que marcaba unos límites a las propias apetencias, y acabaron pensando que las fronteras de la ley también eran franqueables.

La insistente llamada a la regeneración democrática no se va a resolver con un cambio en la esfera política, si no cambian también los comportamientos individuales.

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1 respuesta a La atmósfera viciada de las pequeñas corrupciones

  1. Amigos, Aréchaga es un genio de los análisis, que me ha ido cautivando poco a poco, pero de modo irresistible. Gracias

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