Intolerancia a la frustración

En una sociedad acostumbrada a reivindicar derechos, a exigir soluciones “ya” y a identificar el sufrimiento con la injusticia, cada vez hay más intolerancia a la frustración. A menudo se afirma que los padres de hoy no saben decir “no” a sus hijos. Pero habría que preguntarse si los mayores saben decirse “no” a sí mismos. Pues los problemas de educación del carácter suelen acabar convirtiéndose también en problemas sociales.

Y si no, que se lo pregunten a esos médicos, cansados de un tipo de paciente de la sanidad pública que se presenta en urgencias por cualquier molestia, que exige pruebas y recetas, que pide una cita urgente para evitarse esperas. Es verdad que no pocas veces hay que esperar demasiado tiempo para obtener una cita con el especialista. Pero esto es un fallo del sistema, de carencia del personal necesario, no un motivo para enfadarse con el médico que nos atiende.

Los médicos están ya cansados de este tipo de paciente, y no tienen reparo en decirlo en público, como en un reciente reportaje. Según Ignacio Jáuregui, director del Instituto de la Conducta y especialista en medicina familiar, “hoy en día tenemos escasa tolerancia respecto a cualquier malestar, por nimio que sea. Ante cualquier molestia que tengamos, nuestra disposición es que haya una acción inmediata. Cuando nos sentimos mal, decidimos ponernos en marcha e ir a urgencias, y esperamos que el facultativo actúe igual que nosotros y nos quite la molestia inmediatamente”.

Hay defensores de la sanidad pública que, con su actitud como pacientes, acaban socavando lo que dicen defender, por su abuso de los recursos. Un médico de atención primaria dice en el mismo reportaje: “Casi quieren que el doctor les confirme que no les va a pasar nada en la vida y te piden pruebas para confirmarlo”. Al final, lo que se detecta es un problema de carácter convertido en un rasgo de civilización: “Hay una escasísima tolerancia a la frustración”, sentencia Jáuregui.

Los profesores también se quejan de que deben lidiar con niños que no están acostumbrados al “no”, a que sus deseos puedan quedar frustrados. No están preparados para este choque con la realidad, que la vida siempre acaba imponiendo. Pero no es fácil que los padres sepan inculcar esta actitud, cuando ellos mismos son incapaces de reaccionar bien cuando no se cumplen las altas expectativas que ponen en sus niños. Incluso en asuntos secundarios, como los partidos de fútbol que juegan sus hijos. Lo que debería servir para disfrutar y adquirir valores da lugar a veces a espectáculos bochornosos de padres que discuten en las gradas, apostrofan al árbitro y gritan al entrenador si no saca más tiempo a su hijo. Toda una lección de vida para el chico.

El asunto ha adquirido tales proporciones que en algunos sitios han empezado a organizar talleres para enseñar a los padres a controlar sus emociones cuando acuden a los partidos de sus hijos. No se pueden dar lecciones de deportividad a los hijos si uno no empieza por asimilarlas antes.

Pero hay mucho “padre helicóptero” dispuesto a pasar a la acción para proteger a su retoño ante una amenaza de frustración. Estos pueden ser temibles si se generaliza el derecho de las familias a revisar los exámenes corregidos de sus hijos, cuestión que ha suscitado controversias e incluso resoluciones judiciales. En varias autonomías, las autoridades han establecido que los profesores están obligados a entregar copias de los exámenes corregidos de los alumnos a las familias que lo soliciten. ¿Para saber en qué ha fallado o para discutir la nota?

El representante de una asociación de padres declara a El País que “no es una cuestión de desconfiar del profesor, sino de que la mejor manera de ayudar a nuestros hijos es ver en qué han fallado”, para poder reforzar ese aspecto. Pero eso también se puede saber mediante una entrevista con el profesor del alumno, y de lo que se quejaban algunas familias era de que solo podían ver el examen de sus hijos en el despacho del colegio con el profesor delante. Ellos querían una copia del examen para consultar con alguien que conociera mejor que ellos la materia. ¿No es esto más bien un examen al examinador?

Las asociaciones de profesores son reticentes frente a la entrega de copias de los exámenes, lo que puede ser un motivo de reclamaciones y suspicacias. “Incluir a las familias en el funcionamiento de los centros es clave y para ello necesitamos que haya comunicación directa con los tutores: convertirlo en un proceso frío de entrega de documentos no tiene sentido”, mantiene Sonia García, portavoz del sindicato de profesores ANPE.

Esperemos que los padres sean más serenos ante los exámenes de sus hijos que ante sus jugadas en el campo. Pero, si es preciso, también pueden enseñarles que un suspenso no es el fin del mundo, y convertir su frustración en un estímulo para mejorar.

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