Familias pobres: el dinero solo no lo arreglará

Familia pobre en Estados UnidosLa creciente desigualdad económica es un fenómeno que preocupa. Precisamente por eso debería inquietarnos también la distinta funcionalidad de las diversas situaciones familiares, lo que repercute, y mucho, en su bienestar. En EE.UU., es un tema cada vez más estudiado y debatido por los sociólogos.

En una reciente comparecencia ante un comité de la Cámara de Representantes, Bradford Wilcox, profesor de la Universidad de Virginia e investigador en temas familiares, se refería a una nueva barrera que está apareciendo entre la clase alta y la baja: la estabilidad matrimonial y familiar. Los americanos con título universitario muestran una comunidad familiar basada en el matrimonio, con  un descenso en la tasa de divorcio, escasos nacimientos extramatrimoniales (6%), y una mayor satisfacción en la vida conyugal, lo que implica que sus hijos se beneficien de esta estabilidad. En cambio, entre los americanos de clase baja predomina la cohabitación (solo el 39% viven en matrimonios intactos), los nacimientos extramatrimoniales (54%), y es mucho más probable que los hijos crezcan sin tener a sus dos padres en casa.

Esta situación tiende a trasmitirse a la siguiente generación y hace más difícil el ascenso social. “Cuando los hijos no se crían en una familia casada y estable –dice Wilcox– es menos probable que adquieran el capital humano que necesitan para destacar en el mercado laboral de hoy; tienen más probabilidad de sufrir percances importantes en su juventud como el embarazazo adolescente o la cárcel; y es menos probable que estén trabajando satisfactoriamente como jóvenes adultos”.

El diagnóstico coincide en gran parte con el que hizo hace tres años Charles Murray en el libro Coming Apart, que fue el centro del debate social del momento. Su tesis era también que la mayor fuente de desigualdad en los EE.UU. de hoy es cultural antes que económica, y que el dinero solo no lo arreglará. Se puede obligar a los ricos a pagar más impuestos, pero el capital social que necesitan los pobres para salir adelante exige cultivar una serie de virtudes que el clima cultural ha deteriorado.

Su tesis fue discutida por quienes, como el economista Paul Krugman, piensan que “los cambios sociales que están teniendo lugar en la clase trabajadora son sobre todo la consecuencia de una creciente desigualdad, no su causa”. Lo que ha habido es una drástica reducción de las oportunidades de empleo de los menos educados, y eso ha hecho tambalear sus familias.

Causa o consecuencia, cada vez hay más estudiosos que detectan la división social que se manifiesta en las grietas familiares.  Otro de los grandes nombres de la sociología americana, Robert Putnam, acaba de publicar un libro (Our Kids: The American Dream in Crisis), en el que señala también la creciente brecha entre los hijos nacidos en familias con padres de título universitario y los criados en familias menos educadas. Apenas el 10% de los primeros viven en hogares monoparentales, mientras que casi el 70% de los otros están en esta situación. Y documenta este abismo social con un detallado análisis de los datos.

No es solo una cuestión de dinero. En los años 60 y 70, ambos tipos de familias tenían más o menos comportamientos similares en la educación de los hijos. Después las actitudes han cambiado: los padres de familias sin título universitario cenan menos con hijos que los de las otras familias, leen menos con ellos, les llevan menos a la iglesia, les estimulan menos y pasan menos tiempo hablando con ellos.

Comentando el libro, David Brooks señala que “no es solo dinero y una política más acertada lo que falta en estos círculos; faltan normas”. Estas normas “fueron destruidas por una plaga de resistencia a juzgar, que se negaba a reconocer que un modo de comportarse era mejor que otro. La gente perdió el hábito de plantearse estándares de vida o dejó de comprender cómo se establecían”.

Aunque lo educado sea hoy decir que todos los modelos familiares son válidos e igualmente respetables, el relativismo tiene sus costes sociales. Y quienes los están pagando son los más pobres, muchas veces privados de esa energía que proviene de una familia sólida, aunque sea modesta. Restaurar ese capital social es uno de los medios más decisivos para luchar contra la desigualdad. Y creo que lo ha comprendido bien el papa Francisco, al unir el servicio a los pobres y la preocupación por fortalecer la familia.

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