Empoderadas con pistola

Junto a denuncias concretas, la campaña del #MeToo ha creado un clima en el que toda mujer resulta ser una víctima potencial. La que no ha sufrido abusos sexuales o un intento de violación, habrá sido víctima de violencia doméstica, de sexo no deseado, de ataques en la calle… Y si las estadísticas no son suficientemente sombrías, se nos asegura que es porque gran parte del iceberg abusivo está oculto. ¿Cómo no asustarse ante este panorama tan amenazador?

Dispuestas a no ser víctimas, cada vez más mujeres en EE.UU. optan por empoderarse… comprando un arma. Es una consecuencia inesperada del discurso alarmista. La industria y los defensores del derecho a las armas están apelando al empoderamiento femenino para vender más rifles y pistolas. Y hay mujeres que se sienten más seguras si junto al lápiz de labios llevan en el bolso un revólver.

Feminismo fuerte y armado. Según un estudio de las Universidades de Harvard y Northeastern, el 12% de las mujeres americanas poseen un arma, mientras que el porcentaje entre los hombres ha descendido del 42% en 1994 al 32% en 2015.

Los defensores del derecho a las armas recurren también cada vez más a mujeres para que den la cara en favor de sus tesis. Dana Loesch es la portavoz de la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA), y, ante los recurrentes episodios de tiroteos en escuelas y lugares públicos, no tiene empacho en defender que prohibir los fusiles semiautomáticos sería “desarmar a las mujeres”, y que tener un arma es la mejor ayuda contra los asaltos sexuales.

Ya pasaron los tiempos en que los diamantes eran el mejor amigo de una mujer; ahora el mejor amigo es un fusil de asalto AR-15. Según una encuesta del Pew Research Center, es más probable que las mujeres digan que tienen un arma solo por protección. Así lo afirman el 27% de las mujeres, frente al 8% de los hombres. Si antes la mayoría de las mujeres que frecuentaban una academia de tiro lo hacían por deporte, ahora entre las mujeres jóvenes que quieren aprender el manejo de las armas, el motivo es la protección.

El movimiento feminista americano, que por lo general ha compartido las posturas progresistas del control de armas, se ve sorprendido por estas mujeres que han decidido empoderarse a punta de pistola. A su juicio, enmarcar el derecho a las armas dentro de los derechos de la mujer es un abuso, pues los datos demuestran que es mucho más probable que las mujeres mueran por un disparo que sean salvadas por un arma. Pero las otras invocan su derecho constitucional a ir armadas y, como las otras pro-choice, no quieren que el Estado decida por ellas.

Una mujer que ha sido siempre de armas tomar es la nueva jefa de la CIA, Gina Haspel, recién confirmada en el Senado. No deja de ser irónico que un “machista” como Trump sea el presidente que ha puesto por primera vez a una mujer al frente de la agencia de los espías. A sus 61 años, Haspel ha servido durante 33 años en la CIA, en África, Europa y en “agujeros negros” de la agencia por el mundo. Nadie discute sus credenciales profesionales. Lo que se le ha reprochado es su activa participación en el programa de brutales interrogatorios y torturas a sospechosos de terrorismo que la agencia montó tras los atentados de las Torres Gemelas, y que estuvieron en vigor hasta que Obama los prohibió.

Haspel asegura que la CIA nunca empleará los métodos ahora prohibidos, pero nunca ha reconocido que las torturas que antes avaló fueran inmorales. Gina Haspel tampoco responde al tipo de mujer que, según el patrón feminista, cambiaría el modo de ejercer el poder. Lo suyo no es el soft power. Pero es indudable que es una mujer empoderada.

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