El protagonismo político de la porno star

Cuando una porno star y una exmodelo de Playboy se convierten en protagonistas escuchadas en el escenario público americano, es que el nivel de la confrontación política no está muy alto. El hecho nos dice algo no solo sobre la conducta de un presidente showman, sino también de los recursos de sus críticos.

Stormy Daniels, que ha hecho carrera como actriz porno, y Karen McDougal, famosa porque posó para Playboy, aseguran que tuvieron un affaire con Trump, historias que habrían ocurrido entre 2006 y 2007. Ambas dicen también que, antes de la campaña presidencial de 2016, se les ofreció dinero a cambio de no ir contando su historia en los medios. Stormy Daniels habría recibido 130.000 dólares a través del abogado de Trump, y Karen McDougal, 150.000 como venta de la exclusiva a la revista National Enquirer, que nunca la publicó. Pero ahora ambas han querido liberarse de su compromiso de silencio, lo que les permitirá seguir haciendo caja y explotar su popularidad.

Los affaires extramatrimoniales de un presidente no son algo nuevo. En la época de Kennedy la prensa no se hacía eco de esos asuntos, aunque, según se ha sabido después, podrían haber dado para sustanciosas exclusivas. Con Bill Clinton y la becaria el sexo estuvo a punto de arruinar una carrera política. En el caso de Trump, por lo menos son asuntos muy anteriores a que ocupara la Casa Blanca, así que, si hay escándalo, se reduce a su vida privada. Como nadie ha pillado a Trump in fraganti en el despacho oval, hay que revestir el escándalo con los ropajes políticos de intimidación y compra del silencio de dos mujeres débiles. Ya que en ningún momento dicen que haya sido sexo no consentido, su reproche es que no se les deje contarlo.

Para que un escándalo sexual se transforme en escándalo político hace falta al menos que revele hipocresía –una conducta privada contraria a lo que se defiende en público– o que provoque conflictos de intereses. Pero Trump nunca ha ejercido de telepredicador, ni nadie dice que sus escarceos sexuales de hace años hayan tenido repercusiones en sus responsabilidades políticas actuales. “Mi noche con Trump” puede tener su picante, pero no son “Los papeles del Pentágono”.

Este tipo de aventuras de personajes públicos tienen siempre su morbo. Pero lo nuevo es el tratamiento que le está dando la prensa seria. Por ejemplo, el New York Times ha dedicado no menos de 13 artículos entre marzo y abril a Stormy Daniels y secuelas. La actriz porno ha merecido también su entrevista televisiva en “60 minutos”, en la que la silenciada ha podido contar la historia de su encuentro con Trump (privilegio televisivo que también tendría después Karen McDougal).

Pero Stormy Daniels ha dado la impresión de ser cualquier cosa menos una mujer débil e indefensa. Quiso subrayar que no se sentía “una víctima” de Trump, aunque tampoco se mostró ufana por ello. Al margen de cualquier reparo moral, dejó claro que no se arrepentía de nada, que deseaba aprovechar su popularidad del momento para impulsar su carrera y que lo que quería afirmar era su derecho a hablar. En el fondo, una postura muy del estilo de Trump, del showman que sabe aprovechar su popularidad televisiva para hacer carrera política, que valora el poder del dinero y que no está dispuesto a que nadie le haga callar.

Lo que ha cambiado también de la época de Clinton a la de Trump es la disposición de las protagonistas de los affaires a contar su experiencia. En el caso Clinton-Monica Lewinsky –relación ocurrida entre 1995-1997–, la becaria no dio su propia versión hasta un artículo publicado en Vanity Fair en 2014. Ahora, en cuanto ha habido posibilidad de sacar partido económico y mediático, las lenguas se han desatado, azuzadas por unos medios que creen que así pueden descalificar a Trump.

Para ello hay que presentar a Daniels y MacDogal como mujeres valientes que se atreven a romper el silencio comprado por un hombre poderoso. Incluso desde una perspectiva feminista pueden ser jaleadas como mujeres que se vengan de hombres que han querido simplemente utilizarlas como un medio de placer. Pero no estamos aquí ante víctimas, sino ante mujeres que han entrado en el juego de comerciar con juventud y belleza a cambio de la atención de un millonario que podría lanzarlas a la fama.

Por otra parte, no es que las profesiones de porno star y de modelo de Playboy estén entre las más valoradas conforme al canon feminista. Así que sería muy irónico que, al utilizar a estas mujeres como ariete político contra Trump, tuvieran más éxito que Hillary Clinton.

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2 respuestas a El protagonismo político de la porno star

  1. María A dijo:

    Ignacio, le van a atizar por no ser políticamente correcto 🙂

  2. ANGEL GUERRIERO dijo:

    Hacer gala de una vida no conforme con las «buenas costumbres», no es un cartel que diga bien de quienes los publican. Es lamentable. Lo peor es que el alimento cotidiano de la curiosidad permite que se publiquen las cosas más aberrantes como si fueran hazañas.
    Todo sea en aras de la popularidad.

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