El coste de un centímetro de tierra judía

Construcción de viviendas en IsraelLas elecciones en Israel han dado lugar a esas grandes declaraciones a las que tan proclives son los políticos, sobre todo cuando está en juego su propio futuro. El primer ministro Benjamín Netanyahu ha centrado su programa en las tradicionales cuestiones de seguridad y en la inviolabilidad de las fronteras: no habrá Estado palestino, nada de volver a las fronteras anteriores a la guerra de 1967, no se renunciará a las colonias en territorios ocupados.

En el mitin final en Tel Aviv, ante un público con numerosos colonos, Netanyahu intentó conquistar a los votantes de derechas que han abandonado el Likud, asegurándoles: “Nosotros no nos retiraremos de nuestra tierra judía ni dividiremos Jerusalén”.

En esos territorios tan disputados, cualquier trozo de tierra parece vital para asegurar que los israelíes vivan seguros y prosperen. “No cederemos ni un centímetro de tierra”, dijo también en el mismo mitin Neftalí Bennet, líder del partido Hogar Judío y ministro de Economía.

Pero no está nada fácil para un judío hacerse con un hogar, a juzgar por el informe sobre la carestía de la vivienda publicado por el Interventor General (equivalente al Defensor del pueblo). El informe constata un aumento del 55% en el precio de compra de la vivienda entre 2008 y 2013 (la etapa de gobierno de Netanyahu arranca en 2009), y una subida del 30% en los alquileres. Dicen las informaciones que un piso de tamaño medio en Tel Aviv cuesta 650.000 euros, 440.000 en Jerusalén y 330.000 en Haifa, mientras que un salario tipo ronda los 2.200 euros mensuales. De modo que un israelí necesitaría como mínimo los ingresos totales de 12 años de trabajo para adquirir una vivienda, frente a los seis necesarios en EE.UU.

El centímetro de tierra judía sale así bastante caro a los que quieran disfrutarlo. En esas condiciones, resulta muy problemática la invitación que hace Netanyahu a los judíos europeos para que emigren a Israel. Como judíos, pueden acceder directamente a la nacionalidad, pero acceder a un piso es otra cosa. Aunque les ofrecen préstamos para viviendas, tendrán que endeudarse más de lo que quisieran.

Otros han aprovechado la política de Netanyahu para hacer negocio con la vivienda. Meir Margalit, del partido de izquierdas Meretz, que fue concejal en el ayuntamiento de Jerusalén, advierte que no pocos israelíes “han comprado casas en los asentamientos como inversión, con la esperanza de recibir altas indemnizaciones cuando Israel tenga que abandonarlos, como ya ocurrió tras la salida de los colonos de la franja de Gaza”. Se ve que confían más en las expectativas de negocio que en las promesas de Netanyahu.

La política israelí es solo uno más de esos casos en los que las grandes palabras –“defendamos la tierra judía”– van unidas al descuido de las necesidades concretas de la persona –dar un piso al ciudadano–. Lo mismo ocurre tantas veces con altisonantes proclamas políticas, que invocan la defensa de la nación, de la lengua, de la cultura nacional, de la familia, y en la práctica se desinteresan o son incapaces de garantizar esas libertades y seguridades cotidianas que el ciudadano necesita.

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