El catecismo de la laicidad

Niña musulmana predicando la fraternitèLas reacciones ante los atentados terroristas contra Charlie Hebdo y el supermercado judío en París han puesto de manifiesto que la integración de muchos jóvenes musulmanes en la laica cultura francesa está lejos de ser realidad. Como ocurrió en 2006 en las revueltas de los suburbios,  de repente se siente la  necesidad de inculcar en la escuela los “valores republicanos”. Los políticos y los editoriales de la prensa  recalcan que es preciso enseñar a los jóvenes en qué consiste el civismo, el patriotismo, la convivencia. Todo basado sobre el sacrosanto principio de la laicidad. Las consignas son enérgicas, como dice Le Monde: hay que reaccionar con firmeza frente a cualquier “desviación”, “reforzar la transmisión a los alumnos de los valores republicanos”, reafirmar la “autoridad” de los profesores, hacer de la escuela “un santuario de la ciudadanía”. Se diría que la defensa de la laicidad toma en préstamo el  vocabulario religioso.

La intención es buena. Pero la experiencia de crisis pasadas obliga a reconocer que la transmisión de valores cívicos no es sencilla. Cuando a veces los responsables religiosos lamentan la dificultad para realizar la enseñanza religiosa entre los jóvenes, deberían tener en cuenta que los maestros no lo tienen más fácil a la hora de inculcar la laicidad.

Precisamente las autoridades académicas de París han organizado el 22 y el 23 de enero unas jornadas –ya programadas antes de los atentados– sobre la laicidad y la enseñanza del hecho religioso en la escuela. Asistían un centenar de profesores, que se enfrentan a  un público escolar no siempre bien dispuesto.

Y lo que se desprende de la crónica periodística sobre las jornadas (La Croix, 23-01-2015), es que los profesores se sienten desarmados para esta batalla por la laicidad y el multiculturalismo. “No hemos sido formados”, repiten, igual que los alumnos cuando se quejan de que “eso no se explicó en clase”. “Nunca he recibido formación sobre la laicidad y mi cultura religiosa es limitada”, admite uno. “No conozco casi nada sobre el islam”.

Otro querría “debatir con los alumnos sobre estos temas, pero se corre el riesgo de que le coman a uno”. “Lo que necesito es un simple argumentario”, reconoce con sencillez. Este deseo de lo que podríamos llamar un catecismo de la laicidad, no deja de ser paradójico, cuando tantas veces se descalifica la enseñanza de la religión en la escuela como si fuera simple catequesis.

Algunos docentes descubren ahora que la laicidad ha sido para ellos –como dice una profesora de mates– una “evidencia”, algo que se vive, sin cuestionarse ni razonarse. “Nunca pensé que un día tuviera que hacer este tipo de formación”, afirma. Pero la laicidad del carbonero ya no sirve en la sociedad multicultural.

¡Hay que formarse!, les reconviene el filósofo Abdennour Bidar, que no oculta su irritación. “Existe una literatura sobre la laicidad desde hace más de un siglo. Es vuestra responsabilidad dedicar tiempo a leer esos textos y a construiros vosotros mismos un argumentario. Hay que estar vigilantes frente a la tentación de un prêt-à-penser proporcionado por la institución”.

Si algo se desprende de las reacciones de estos profesores es que la incultura religiosa es una carencia, que se acaba convirtiendo en un obstáculo para entender también la laicidad. Algunos siguen aún aferrados a la rancia creencia de que en la educación escolar hay que excluir la enseñanza de las religiones, como si la marginación de la religión favoreciera la tolerancia. Pero la ignorancia de elementales hechos religiosos solo puede impedir el diálogo y favorecer la confrontación, a veces ni tan siquiera premeditada. No hay mejor caldo de cultivo para el conflicto que la ignorancia mutua.

En las escuelas europeas sería necesaria una enseñanza del hecho religioso, no solo de la religión islámica, sino también de la cristiana, que, a pesar de haber forjado nuestra cultura, es hoy tan desconocida para muchos. También sería bueno que en los países musulmanes la enseñanza religiosa no se limitase a aprender el Corán, sino que se abriera también al conocimiento actualizado de otras religiones. Así podrían entender que, gracias a la distinción cristiana entre política y religión, los gobiernos occidentales no son representantes del cristianismo, y que los “cruzados” ya solo existen en las novelas históricas.

La ignorancia europea de la sensibilidad religiosa islámica y la ignorancia musulmana de la sensibilidad democrática en Europa, solo pueden alimentar un choque de civilizaciones.

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