El algoritmo al poder

En todas las elecciones la propaganda política utiliza las armas de la manipulación o de las medias verdades, destaca los hechos que le favorecen e ignora los que le incomodan. De ahí que buena parte del debate se centre en desengañar a los potenciales votantes de las afirmaciones demagógicas o mentirosas del rival.

Lo nuevo en la era del Big Data es la aparición de compañías tecnológicas que aseguran tener los algoritmos capaces de dirigir la propaganda política hacia los votantes adecuados para ganar las elecciones. De este modo, compañías como Cambridge Analytica se han convertido de repente en la fuerza mítica –o en el poder maléfico, según se mire– capaz de manipular a los electores y de inclinar la balanza del lado de su cliente. Los medios progresistas, que siguen buscando explicaciones ocultas a las victorias de Trump y del Brexit, se han agarrado a esta clave tecnológica, para deslegitimar el voto del contrario. El hecho de que Steve Bannon, ex estratega de la campaña electoral de Trump, se interesara por los servicios de Cambridge Analytica es ya suficiente para saber dónde está el mal.

En todo esto hay sin duda un hecho cierto y nada ético: que Cambridge Analytica utilizó millones de perfiles de usuarios de Facebook, sin consentimiento de los usuarios, para enviarles mensajes políticos supuestamente adecuados a su modo de pensar. Esto revela hasta qué punto unos datos privados pueden ser utilizados para fines de terceros, y obliga, en primer lugar a Facebook, a replantear su defensa de la privacidad.

Pero otra cosa es ver aquí una alquimia electoral capaz de transformar unos perfiles psicológicos en votos con una hábil manipulación. Es llamativo que nadie de los que ahora denuncian las maniobras de Cambridge Analytica digan que ellos han sido engañados por estas artimañas digitales. Los manipulados han sido siempre los “otros”, los incautos, la gente incapaz de advertir la demagogia, fácilmente seducida con mensajes políticos hechos a su medida con técnicas sofisticadas.

Si los engañados han sido siempre otros, eso quiere decir que ellos no fueron alcanzados por esas maniobras, lo que indica que estas no llegaron a todo el público ni mucho menos. O bien que los que denuncian la manipulación fueron suficientemente listos para no sucumbir a ella. Es la masa ignorante la que puede caer en las redes de Cambridge Analytica. Este análisis revela una actitud de élite, indignada con la vulgaridad del votante corriente, que sería incapaz de pensar por sí mismo de un modo racional y crítico.

En realidad, este desprecio altivo se reserva para el que no votó conforme a lo que la élite esperaba, no para el que siguió su consejo aunque tampoco fuera un votante muy ilustrado. La mayor parte del establishment –político, económico y mediático– estaba contra Trump y contra el Brexit, y no se cansaron de lanzar su mensaje. Y, sin embargo, no consiguieron cambiar el voto de ese hombre de la calle, en teoría tan manipulable.

Si las maniobras de Cambridge Analytica tuvieron alguna influencia –cosa que nadie ha demostrado por el momento–, es más probable que confirmaran en su intención de voto a los que ya lo tenían decidido. Todos somos más permeables a las informaciones y mensajes que nos confirman en nuestra propia opinión y prejuicios.

Por otra parte, tampoco es necesario recurrir a técnicas muy sofisticadas para capturar el interés del electorado. El muro anti-inmigración de Trump o los supuestos beneficios económicos del Brexit según Nigel Farage son ese tipo de soluciones simplistas que pueden tener más gancho electoral que las refinadas técnicas de Cambridge Analytica, por mucho que fueran duramente criticados por los adversarios.

Por eso me parece que Christopher Wylie, el vegano canadiense de pelo rosa y anillo en la nariz, que primero ayudó a montar Cambridge Analytica y que ahora aparece como desvelador del “escándalo”, se da demasiada importancia. Trabajó año y medio en la compañía, la dejó a finales de 2014, no participó en la campaña del Brexit, y, sin embargo, afirma con rotundidad que “el Brexit no hubiera sucedido sin Cambridge Analytica”. Con una mentalidad tecnológica, sin duda cree que lo que importa en una campaña de persuasión política no es la acción de líderes carismáticos y elocuentes, ni la fuerza de unas convicciones, sino las habilidades de expertos en software capaces de dirigir a los electores mensajes a la medida.

Quizá el modo de magnificar su testimonio de “arrepentido” es extremar la importancia del pecado en que intervino.

Print Friendly, PDF & Email
Esta entrada fue publicada en Política y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.