Cuentos para niñas rebeldes

El afán de estimular la ambición de las niñas es una de las pasiones de nuestro tiempo. Se trata de rescatar del olvido los logros de las mujeres en la historia, tantas veces marginados. Y a partir de ahí presentar modelos femeninos que puedan incitar a las niñas a apuntar alto, convencidas de que están capacitadas para lograr lo que se propongan.

Este tónico estimulante ha llegado también al terreno de los cuentos infantiles, antes territorio de la fantasía. Un buen ejemplo es el libro Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, de Francesca Cavallo y Elena Favilli, un best seller que ahora se publica también en España. Como en los cuentos tradicionales, las historias comienzan por “Érase una vez…”, pero lo que narran es totalmente real. Son las aventuras de 100 mujeres, heroínas y triunfadoras, que han luchado por lo que creían sin rendirse ante los obstáculos. Son historias protagonizadas por cien “mujeres extraordinarias del pasado y del presente”, desde cantantes a reinas, de distintas culturas y ocupaciones.

Da la impresión de que la selección está un tanto escorada hacia el presente, quizá para atraer la atención de las niñas. Pero esto desorbita a veces el valor de la figura escogida. Nadie negará la importancia de Jane Austen o de Marie Curie, pero es más discutible que Hillary Clinton, Michelle Obama o Yoko Ono vayan a superar la criba del tiempo. Otras veces el modelo escogido refleja solo los tics de nuestra época, como el caso de Coy Mathis, niño que se sentía niña, y que logró que un juez le diera la razón para ir al baño de las niñas y llevar zapatillas rosas. Pero por la misma razón podrían haber escogido un caso inverso de niña que se sentía niño, y cuyo gran triunfo feminista sería dejar de ser mujer.

Las figuras contemporáneas están también expuestas al riesgo de deterioro mediático. Ahí tenemos el caso de la birmana Aung San Suu Kyi, a la que ahora quieren quitar el Premio Nobel de la Paz por su silencio ante la persecución de los rohingyas en Birmania. Pero las autoras han tenido el valor de incluir a Margaret Thatcher, política tan controvertida como importante, pero que no suele ser un icono feminista. No hay santas en la selección; quizá las autoras piensan que las santas no pueden ser rebeldes. Pero, aunque solo fuera como escritora, Santa Teresa tendría más méritos que Isabel Allende.

Aparte de los criterios de selección, me preocupa que Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes ocupe ese territorio tradicional de la fantasía que ha sido siempre la lectura de cuentos a la hora de dormir. Esa hora es un tiempo relajante y de descanso, en el que las exigencias de la realidad ceden el paso a la imaginación. El niño no pide que el personaje sea real, sino que la historia le entretenga y le permita echar a volar su fantasía.

Por eso, esta idea de ocupar la hora de los cuentos con modelos buscados para “empoderar” a las niñas, me parece una nueva treta de esos padres que atosigan a los hijos con una agenda llena y agotadora. Después del colegio, Creatividad y Plástica (lunes, miércoles y viernes), y Ballet y Ciencia Divertida (martes y jueves), más los deberes en casa con los padres. Todo bien productivo y organizado, sin tiempo para el juego inútil ni para el aburrimiento.

Estos “padres helicóptero” quieren estimular continuamente a sus hijos, no sea que se queden atrás y no alcancen los estándares del éxito. De ahí que, como en estos cuentos, los personajes han de ser heroínas triunfadoras, que espoleen la ambición de las niñas. Pero esta atosigante exigencia desde la niñez puede ser motivo de frustración para la pequeña lectora, que teme no poder cumplir las elevadas expectativas de sus padres.

Pero, como bien dicen las autoras, “las maneras de ser niña rebelde son infinitas”. Así que también puede surgir una niña rebelde que, cansada de la historia de Frida Kahlo, reclame: “Cuéntame la historia de Pinocho”.

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