Contra la raza o la edad “asignada”

En estos tiempos tiene glamour pertenecer a una minoría, especialmente si en el pasado fue discriminada. Es una garantía de que tu voz será escuchada, y casi un título a que te den la razón. Lo blanco y heterosexual ha dejado de ser estándar, y más bien suscitan la sospecha del privilegio.

Por eso no es extraño que, invirtiendo la tendencia de antes, haya mujeres blancas que intenten presentarse con apariencia de negras o mestizas. El fenómeno es más llamativo entre “influencers” en busca de seguidores en Instagram. No pocas blancas han sido acusadas de cambiar sus rasgos y su peinado para parecerse más a mujeres negras: piel oscurecida, labios de mayor tamaño, muslos y nalgas más grandes, peinados con rizos y trenzas…

Aunque estemos en una época en que el deseo es más decisivo que la biología, esto de aparentar ser negra siendo blanca está mal visto. Merece la etiqueta denigrante de “blackfish”, una especie de fakenews étnica, que se aplica a las acusadas se fingir ser negras en las redes sociales.

El fenómeno de que alguien de otra raza intente presentar rasgos étnicos de raza negra podría satisfacer a los imitados, pues indica que ahora esto es atractivo. Pero no. Por el contrario, se considera una “apropiación cultural” injusta, otra expropiación blanca. Una enfermera afroamericana de Nueva York que comenta esta práctica asegura que las blancas acusadas de “blackfishing” están siendo injustas con las mujeres negras que intentan convertirse en “influencers”, porque “las relegan a un segundo plano”.

En estos tiempos de política y cultura identitarias, cada minoría defiende con uñas y dientes el territorio de su diferencia. Así como cada vez más feministas ven en las pretensiones de mujeres “trans” un nuevo intento masculino de invadir su territorio, las aspirantes a “influencers” negras descalifican a las blancas que quieren pasar por negras. Las acusan de pretender pasar por negras con un simple cambio exterior, sin tener su cultura identitaria ni haber sufrido la discriminación.

Las blancas se defienden asegurando que no han hecho nada malicioso. La polaca Aga Brzostowska (ver su foto arriba), que por las fotos podría ser africana, se defiende diciendo que, aparte del bronceado, todo es natural y, para que vean que no se aparta de la ortodoxia, asegura que no pretende negar que “el privilegio blanco existe”.

La sueca Emma Hallberg, con más de 260.000 seguidores en Instagram y una de las más criticadas por “blackfishing”, asegura que solo se ve como una persona blanca. Pero si sus seguidores comparan la foto original de blanca con la de “negra” pueden advertir una laboriosa operación de maquillaje y transformación.

Estas al menos no niegan que son blancas. No son como Rachel Dolezal, una activista americana contra la discriminación racial en EE.UU. que durante diez años se hizo pasar por afroamericana, cuando en realidad era blanca. Tras descubrirse el engaño en 2015, Rachel aseguró que ella siempre se había sentido negra. Pero fue acusada de “apropiación cultural” y de fraude y tuvo que dimitir de su puesto en la Asociación para el Avance de la Gente de Color.

Lo curioso es que para ejercer derechos de “trans” en algunas cosas basta el deseo y para otras no. Al transexual que asegura sentirse del otro género en algunos países ya solo se le exige una notificación en el Registro. Elija usted: varón, mujer u otros. En cambio, si uno quiere adecuar su edad legal a la edad sentida, se lo niegan

Así le ha ocurrido al empresario holandés, Emile Ratelband, de 69 años, que pretendía cambiar su fecha legal de nacimiento. Aseguraba que los médicos, tras hacerle una revisión, le habían dicho que fisiológicamente tenía 45 años. Y como él no se siente un jubilado, pidió a los tribunales que en su partida de nacimiento le quitaran veinte años, para acomodarla a la edad que él siente. “Si los transexuales pueden cambiar de género y que conste en el pasaporte, por qué no de edad”, argumentaba. Después de todo, ignorar el sexo biológico es algo mucho más radical que cambiar una fecha de nacimiento.

Además, él se siente atrapado en una edad que no le corresponde fisiológicamente y eso es motivo de sufrimiento. Se siente discriminado por su edad a la hora de aspirar a un empleo o de buscar pareja en Tinder.

Pero incluso en la progresista Holanda este cambio de partida de nacimiento es demasiado pedir. El tribunal de Arnhem ha rechazado la pretensión de Ratelband de acomodar la edad legal a la edad sentida. El tribunal ha dicho que Ratelband “es muy libre de sentirse 20 años más joven de su edad real y de actuar en consecuencia”. Pero si cada uno fuera libre de cambiar su fecha de nacimiento, se trastocarían las anotaciones del Registro Civil y carecerían de sentido las obligaciones legales basadas en la edad, como el derecho al voto o la escolaridad obligatoria. Aquí la biología impone su ley sobre el sentimiento.

Pero entonces el tribunal holandés debería explicar por qué se admite que una mujer que se casó con un hombre, y que así figura en el Registro, se encuentre un día casada con una mujer si él se declara transexual; o por qué los hijos, que tenían padre y madre, se encuentran de repente sin padre y con dos madres.

Ratelband es un tipo bastante conocido en la prensa del corazón holandesa, y puede que su demanda solo haya estado movida por el afán de notoriedad. Pero hay que reconocer que ha servido para poner de relieve que la capacidad de ser “trans” no debería reducirse a la identidad de género. Si no hay que dejarse condicionar por el sexo “asignado” en el nacimiento, tampoco la edad o la raza deberían ser una imposición biológica.

 

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