Consentimiento sexual informado

Consentimiento sexual informadoEn los agitados años sesenta California era la cuna de la revolución sexual. Ya estaba bien de reglas, de convencionalismos sociales y religiosos que encorsetaban el instinto sexual. Hacer el amor era incluso un modo de desestabilizar la alienante sociedad capitalista.

Medio siglo ha pasado, y otra vez California vuelve a ser pionera: pero ahora es el primer estado que aprueba una ley que obliga a regular el consentimiento sexual en las universidades, so pena de perder la financiación estatal. Bajo la nueva ley, las universidades deben exigir a sus estudiantes que haya “un consentimiento voluntario, consciente y afirmativo para iniciar cualquier actividad sexual”, consentimiento que puede ser verbal o comunicado mediante acciones, en cada etapa de la relación sexual.  Un “sí” es un sí, un “no” es un no, y no cabe interpretarlo como un “no pero sí”.

La “consent policy” es la última moda en las universidades americanas. El motivo es afrontar un problema real: la multiplicación de agresiones sexuales a estudiantes universitarias. Algún informe ha asegurado que una de cada cinco universitarias ha sufrido agresiones de este tipo. Otros han relativizado esas cifras, en las que se incluye desde una violación a haberse sentido presionada a tener relaciones sin realmente desearlo o por estar bajo los efectos del alcohol.

Sean cuales sean los números, las universidades se han lanzado a adoctrinar a los estudiantes sobre el consentimiento sexual y a regular cómo y cuándo debe obtenerse. La definición del consentimiento sexual no es tan simple como podría parecer. La Universidad de Nueva York declara al New York Times que, en sus colleges, la definición de consentimiento oscila entre una frase y más de dos páginas.

El Goucher College, una pequeña institución de artes liberales en Baltimore, ha necesitado 33 páginas para explicar a sus estudiantes sus directrices al respecto. Su política hace hincapié en la importancia del consentimiento, que define así: “Se requiere que cada participante obtenga o dé su consentimiento verbal a cada acto de actividad sexual. Para que el consentimiento sea válido, todas las partes deben ser capaces de tomar una decisión racional y razonable sobre el acto sexual, y deben tener una misma comprensión del acto en el que consienten”. Sin duda, todo esto es deseable, pero, en un asunto en el que intervienen tanto las emociones, el instinto y los deseos, quizá sea irreal pensar que los participantes van a  celebrar antes un seminario para debatir sobre sexualidad.

Las universidades no se han limitado a publicar reglamentos. También hay talleres sobre el consentimiento, foros para orientación de los nuevos alumnos, instancias a las que presentar quejas, y en algunas universidades el tema se ha incorporado al curriculum. Todo parece poco para que los estudiantes asuman estos criterios que deben embridar sus instintos.

Todavía está por ver si todo esto sirve para algo. En una actividad íntima entre dos personas, en caso de conflicto sobre quién consintió en qué, todo quedará en la palabra de uno contra la de la otra (a no ser que acabemos pidiendo el consentimiento firmado).  Así que los despachos de abogados van a encontrar aquí un nuevo filón.

Si las Universidades quieren hacer algo efectivo, podrían también establecer algunas barreras razonables, como pueden ser los residencias universitarias no mixtas, o luchar contra los abusos del alcohol, que están en el origen de muchos problemas de descontrol sexual. Pero en estos aspectos las autoridades universitarias han tirado la toalla.

No deja de ser paradójico que los descendientes de la generación de la revolución sexual se vean ahora sometidos a reglamentos detallados y discursos políticamente correctos sobre el sexo.  Entonces era de buen tono ridiculizar las reglas y prédicas sobre la moral sexual, a veces con razón por su insistencia desproporcionada y casuística. Pero ahora parece que se está redescubriendo la importancia de poner límites.

Los límites son tanto más necesarios cuanto que entre muchos estudiantes ha cambiado también el sentido del sexo. Antes existía una presunción generalizada de que había una relación entre el sexo y el amor, aunque no siempre fuera en el contexto de una  relación establecida. Ahora para muchos estudiantes –ellos y ellas– el sexo es algo puramente lúdico, y más vale ponerse de acuerdo en las reglas del juego.

Si la educación familiar y escolar renuncia a inculcar la virtud –la templanza de los clásicos y del cristianismo–, al final solo queda el legalismo. Ante cualquier conflicto sobre relaciones sexuales, solo es importante ver si se ha respetado la letra de la ley. De modo que para acudir a cualquier cita, el estudiante tendrá que estudiar a fondo el protocolo de la “consent policy”.

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