Cambio climático, cambio en las facturas

En las multitudinarias manifestaciones de jóvenes en Nueva York y en otras capitales con motivo de la cumbre del clima organizada por la ONU, se ha reprochado a los políticos su tibieza para encarar el cambio climático. Los escolares reclaman medidas más contundentes para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Si se trata de salvar el planeta, esto debe tener prioridad sobre cualquier otra consideración.

Como el compromiso se mide siempre por el sacrificio, habría que aprovechar este entusiasmo para que los jóvenes tomen sus propias medidas en distintos campos que están a su alcance, sin esperar a lo que decidan los políticos. Se me ocurren algunas.

Hay soluciones al alcance de la mano de los jóvenes, por no decir en su bolsillo. En concreto, en el teléfono móvil. ¿Pensamos alguna vez en lo que contribuyen los smartphones y demás dispositivos al calentamiento global? Algunos lo han estimado, como un reciente estudio publicado en The Journal of Cleaner Production, que ha tenido en cuenta desde los dispositivos (móviles, ordenadores, tabletas…) a los centros de almacenamiento de datos y las redes de comunicación. Su conclusión fue que la huella carbónica de las tecnologías de la información (ICT) está creciendo desde un 1% de las emisiones en 2017 a un próximo 3,5% en 2020 y que el aumento va a más, lo cual deshace la esperanza de que las ITC reducirían las emisiones al sustituir actividades físicas por virtuales.

Uno de los resultados más sorprendentes del estudio es la desproporcionada contribución de los smartphones en el total de emisiones de las ICT, por encima de los otros dispositivos. La parte del león de la huella carbónica corresponde a su producción, que incluye la energía para la manufacturación y la extracción de las llamadas tierras raras necesarias para fabricarlos.

A su vez, el crecimiento de los teléfonos móviles provoca el aumento de servidores y de redes de telecomunicaciones, lo que también contribuye al aumento de emisiones. Por cada e-mail, descarga de video o de app, foto enviada o chat, hay un servidor, gran consumidor de energía, que lo hace posible. Esas mismas fotos y videos intercambiados por los jóvenes manifestantes contra el cambio climático… estaban contribuyendo a caldear el planeta. Corolario: el afán de estar conectados y la extendida adicción al móvil, son también dañinos para el medio ambiente.

Habrá cosas que dependerán de los fabricantes. Pero no hace falta ninguna decisión política para que el usuario resista la obsesión de estar a la última y la presión de los fabricantes para cambiar de móvil cada dos años. Y cuando uno cambie, habrá que molestarse en reciclar el antiguo (hoy solo se reciclan el 1% de los móviles).

La afición de los jóvenes a viajar ofrece también oportunidades para reducir las emisiones. El transporte constituye el 14% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y, en concreto, el transporte aéreo un 2%. El avión es el medio de transporte más contaminante. No solo por las emisiones de CO2, sino también por las de otros gases como los óxidos de nitrógeno, que al liberarse a gran altura persisten por más tiempo que en la superficie y tienen un potencial de calentamiento más fuerte, según dicen los expertos. Pero con la proliferación de vuelos low cost, se han convertido en turistas aéreos muchos que antes ni se lo planteaban, entre ellos no pocos jóvenes. El vuelo a Praga o a Londres en un fin de semana o un puente ya es una rutina en Europa.

Bien, pues un modo práctico de luchar contra el cambio climático por parte de los jóvenes sería olvidarse del avión y viajar en tren. Según leo en EcoPassenger, un viaje en tren de Madrid a Londres emitiría 43 kg de CO2 por pasajero, frente a 118 kg en avión. Exige más tiempo, desde luego, pero ¿no perderemos más tiempo si se arruina la vida en la Tierra? Aunque no todos podamos conseguir que nos fleten un velero para ir a Nueva York como Greta Thunberg, siempre se puede seguir su ejemplo cuando fue a Davos en tren. Y, si uno necesita rapidez, debería estar dispuesto a pagar una tasa medioambiental que llevaría a que el low cost fuera más high.

Puestos a hacer durar más las cosas, un joven concienciado debería también estar dispuesto a no cambiar de prendas cada temporada y a pagar más por ellas. Todos intuimos que esas deportivas de marca pero “made in Pakistan”, quizá no se han manufacturado ni con unos salarios decentes ni con unos procesos de fabricación muy respetuosos con el medioambiente. Pero, si queremos que la fabricación cumpla los estándares ambientales adecuados, probablemente el precio de las deportivas podría subir de 50 € a 75 €. ¿Está dispuesto el cliente?

Si los jóvenes exigen que el mundo cambie, también pueden tomar decisiones en el supermercado y en la cocina. Los dietistas han tomado cartas en el asunto del cambio climático, y aseguran que podríamos contribuir a rebajar las emisiones si comiéramos más verduras, legumbres y frutas, y redujéramos el consumo de carne roja al equivalente a una pequeña hamburguesa a la semana. Producir la proteína animal cuesta mucho más en términos ambientales. Tampoco hace falta hacerse vegano, aunque algunos jóvenes, como la niña sueca, se han vuelto muy fundamentalistas en esto. Sin llegar a tanto, cabe olvidarse del Big Mac en las salidas del fin de semana. O dar una oportunidad a la hamburguesa vegetal, que por el momento debe de ser algo así como la cerveza sin alcohol y cuesta una pasta.

Es lo malo de las soluciones verdes: siempre son más caras. Basta ver la factura de la luz para comprender que no es fácil ni barato descarbonizar la producción de electricidad. Si ya los alquileres han subido para los jóvenes, iluminar y calentar la casa también va a costar más. Y no parece que la transición energética pueda hacerse “ya”, como piden los jóvenes manifestantes. En una reciente entrevista (ABC, 22-09-2019), Michiel de Haan, el responsable mundial en energía del grupo bancario ING, afirma: “La inmensa tarea que enfrentamos es rediseñar nuestra electricidad. No es un problema de millones, sino de billones; ese cambio no puede tener lugar de la noche a la mañana”. No niega que haya que hacerlo, pero mantiene que en economías de países grandes “tardará una o dos décadas, si no más, y requiere una enorme inversión”.

Como ejemplo, Angela Merkel acaba de anunciar un plan contra el calentamiento globalcon una inversión de 54.000 millones de euros para los próximos cuatro años. Habrá una nueva tasa que gravará las emisiones de CO2. Los combustibles para vehículos y calefacción se encarecerán. También los billetes de avión. En cambio, bajarán los billetes de tren y se promoverán las energías eólica y solar (por ahora, la renuncia a las centrales nucleares en Alemania ha obligado a un mayor recurso a las de carbón).

Estas inversiones multimillonarias para la transición energética no podrán hacerse sin recortar el gasto público en otros sectores. ¿Recortes? Sí, no basta decir que habrá que cobrar más impuestos a los ricos o reducir en Defensa. Si hay que invertir tanto, habrá que recortar en otros capítulos, a lo mejor hasta en las becas. Pero cuando se cuenta con jóvenes tan comprometidos como los que hemos visto en las últimas manifestaciones, no hay por qué arredrarse ante medidas drásticas.

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